En el año 1829, era tal la actividad de los depósitos de frutos del país en ambas orillas del río, que los viajeros ingleses se quedaron deslumbrados ante las enormes pilas de cueros que abarrotaban los galpones y los patios a la espera de ser embarcados.
Luego de la determinación de la Soberana Asamblea del año 13, que decretó la libertad de vientres, los negros libertos por voluntad de sus amos, y posteriormente los mulatos nacidos libres se ocuparon en las faenas de las barracas y de los saladeros. Su condición fue paralela a la de los blancos.
En Barracas al Sur, hubo un moreno famoso, ex peón de barracas, que poseyó una gran fracción de tierra sobre el Camino Real, a la altura de la Crucecita.
Los ingleses también ocuparon puestos en las barracas, como contratistas o arrendatarios de sitio en los galpones.
Llegaron a realizar hasta tareas de carga y descarga y trabajos de eslindaje en el pequeño muelle del Riachuelo, construido por el ingeniero inglés Bevans en la orilla norte, o en el portezuelo precario donde embarcábanse las barricas de tasajo, propiedad de Miller, en la orilla sur.
Las carretas de la campaña venidas desde el rumbo sur y oeste, amainaban en los potreros del Riachuelo, convertidos en plaza de frutos para efectuar las descargas de los productos vendidos, o vender los sobrantes en las barracas.
Cueros, lanas, astas, cerdos, plumas, eran los elementos del comercio barraqueril en los comienzos de la segunda mitad del siglo XIX.